miércoles, 28 de agosto de 2013

2. CULPA

La culpa, por Luis Torralva
Hubo una vez dos hermanos, que tenían un año de diferencia.
Al mayor, le inculcaron desde niño dos reglas:
1. Nunca debes permitir que tu hermano menor haga algo malo, pues serás tan responsable como él por no haber evitado lo que haga, y merecerás el mismo castigo que se le imponga.
2. Debes cuidar siempre a tu hermano menor y protegerlo contra cualquier mal.
La relación de los dos hermanos no era tan buena, pues el mayor era mustio y el menor jovial. El mayor no estaba conforme con la primera regla, pues a menudo recibía castigos por cosas que hacía el menor. Además, una tía malinterpretó una vez que vio al mayor (de ocho años) besando a menor (de siete años), y armó tremendo escándalo con insinuaciones de potencial sodomía, que llevaron a que la madre de los dos niños tuviera más cuidados y evitará algunos contactos.
En la adolescencia, ocurrieron dos cosas al hermano mayor, quizá muy relacionadas: Cierta vez, se encontraban solos y jugaban a las escondidas. El hermano menor se encerró en un ropero y el mayor se dio cuenta y, como por accidente, cerró con la llave y siguió haciendo como que buscaba. Luego de un rato el menor se desesperó por no poder salir y comenzó a gritar, por lo que el mayor le abrió mostrando alguna sorpresa fingida. El hermano menor, que era muy listo, entendió el juego, y la siguiente vez volvió a guardarse en el ropero, para luego de un rato gritar que lo sacara su hermano mayor.
Así continuó el juego hasta que el hermano mayor, luego de cerrar el ropero sacó la llave, lo cual no había hecho antes. Cuando el menor se puso a gritar, trató de meter la llave, pero no abría. Luego de varios intentos acompañados de gritos y llanto de ambos adolescentes, llegó su padre y los encontró en ese predicamento. Venturosamente, el padre llegó de buen humor y luego de sacar al hermano menor del ropero sólo dijo que no lo volvieran a hacer.
La angustia de no poder sacar del ropero al hermano menor fue causante de varias pesadillas del hermano mayor. Pero hubo un sueño, un sueño distinto que se repitió varios días cuando el hermano mayor tenía 15 años.
Soñó que un león había entrado a la casa cuando estaban solos, y que los perseguía a él y a su hermano menor. En un momento, ambos se dividieron y el león siguió al hermano menor, lo cual aprovecho el hermano mayor para entrar a un cuarto y cerrar la puerta. El hermano menor llegó golpeando esa puerta y pidiendo al mayor que le dejara entrar, pero el mayor estaba aterrorizado y no hizo nada. Todavía escuchó que su hermano menor correteó más por la casa, esquivando al león, y que el animal lo alcanzó junto a la puerta. Oyó cómo lo destrozaba enmedio de sus gritos pidiendo ayuda a su hermano mayor, y no pudo hacer nada... El miedo lo había sometido y su corazón quería salirse de su cuerpo. En ese justo momento, el hermano mayor despertaba agitado y sudoroso, exhalando con fuerza un sonido que quería parecerse a la palabra NO. Sus padres le escuchaban y acudían compungidos a ayudarle. El médico llamó a estos sueños recurrentes "terrores nocturnos".
Pasaron los años, la relación de los dos hermanos tomó rumbos distintos y se mantuvo tolerable por la voluntad de la madre de ambos.
Al morir la madre, el hermano mayor no supo si debía hacer algo para ayudar a su hermano menor en la complicada vida que llevaba. Hizo varios intentos, pero nada fue suficiente...
Desgraciadamente, el hermano menor murió antes que el mayor. Falleció de una manera terrible, como nos parecen todas la muertes. El hermano mayor creyó enloquecer, aún lo cree. Cuando supo que su hermano menor había muerto escribió en su diario EL LEÓN ENTRÓ A CASA.
Desde entonces, el hermano mayor siente que perdió el timón, que su vida da vueltas, escucha voces a ratos, percibe que se le mueve el piso con frecuencia...
Se ha preguntado varias veces: ¿Qué más pude haber hecho? Pero la falta de una respuesta es como una gran lápida que no se puede quitar y que amenaza con aplastarle.
Sabe que carga una culpa. Sabe que se originó con las dos reglas que le inculcaron de niño. Sabe que su tía abonó a la culpa. Sabe que todo lo que siguió durante más de 40 años sólo contribuyó a enraizar y expandir la culpa que siente ahora.
¡No nacemos con culpa, sino que es una semilla que germina y ni la muerte nos la puede quitar!

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