Hoy, luego de 50 años de vida, y ya más cercano a los 51, he decidido empezar a escribir sobre la muerte.
Este es un tema que me ha causado gran fascinación desde niño, cuando creía en la dama Muerte, quizá como resultado de la violencia que representó en mi vida el fallecimiento de mi abuela.
No ha dejado de perturbarme la muerte cada día de mi vida, y a menudo el aire efímero de algunas violencias, de esas muchas que nos rodean, me hace recordarla, ya no como aquella dama misteriosa de mi infancia, sino que noto en mi persona una actitud incierta y pendular, entre el miedo y la creciente convicción de mi final necesario.
Mi colección de textos sobre la muerte, así como el gusto que encuentro en fotografíar panteones, son en mí rasgos de tanatofilia que apenas asumo, pues siempre los mantuve al margen de mis intereses.
Grabado de Holbein |
He sido testigo de la muerte de parientes y amigos, y con creciente sorpresa siento que mis afectos por ellos siguen vivos; o sea, no se fueron con ellos, sino que es como si su presencia siguiera aquí, conmigo. Es probable que esto sea consecuencia de la forma como se concebía la muerte en mi casa, como una continuación de la vida en otro mundo, al que podemos acceder conduciéndonos y actuando conforme una determinada moral que tiene como su principal precepto -que no es el único- tratar a los demás como esperas que te traten. En este sentido entiendo la admonición de mi abuela para que yo aprendiera a contemporizar con los otros.
No sé que quiero escribir aquí, pero sé que la muerte ya no será ese tabú que por mucho tiempo, de ser una dama hermosa, pasó a ser una sombra triste.
Así que, muy a la mexicana, digo ¡Que viva la Muerte!
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