Panteón de Ensenada |
Si la muerte de alguien contemporáneo nuestro puede impresionarnos de un modo imborrable, sin duda la muerte de una niña o un niño de nuestra familia puede ser un trastorno devastador.
En cierta ocasión, salí a tomar fotografías a un panteón y me impresionó su organización parecida a una pequeña ciudad, con áreas distinguidas para pobres y ricos, para extranjeros y nacionales, así como para adultos y niños.
El descubrimiento de las tumbas separadas para los infantes fue todo un acontecimiento para mí, sobre todo al encontrar una de ellas con adornos de fiesta, ya que el mes pasado habría cumplido seis años el niño allí enterrado, si no hubiera muerto a los tres meses de nacido.
Esta tumba era de forma jardinada, pues sobre el espacio para la lápida se habían sembrado flores haciendo un arriate bordeado por un pretil con apenas un levantamiento de reja. Dentro del sitio había globos desinflados, adornos de papel derribados y juguetes. También pude ver recuerdos de sus dos cumpleaños anteriores y una tarjeta de felicitación que con letra firme decía: "Recuerdo de tu mamá y tu papá que te quieren mucho".
¿Tendrían más hijos esos padres? ¿Sería el difunto el primero que tuvieron? Seguramente, lo querían y deseaban antes de nacer y podemos imaginar el sufrimiento que pasaron al ver morir a su criatura.
No es lo mismo que muera un hijo ya crecido y vivido que un ser que apenas comienza a vivir. No es igual porque es injusto, pues todos tenemos derecho a conocer lo que es la vida, a gustarla y padecerla, pues es un aprendizaje para el que está programada nuestra existencia.
Pienso ahora en los niños con cáncer terminal, y recuerdo las historias donde ellos mismos narran lo que piensan de que van a morir y sobre detalles de su próxima muerte. Son relatos de preparación para lo inevitable, los únicos relatos que valen antes de que todo termine.
Cuando un niño muere, se apaga una luz joven en el incendio de luminarias que como faro apuntan al futuro. Con ellos muere una promesa, se pierde una esperanza. Son muertes que me duelen, como si fueran mis hijos esos difuntos.
En esos momentos pienso que la muerte es algo idiota, pero más idiotas somos nosotros al dejar irse a los niños.
No hay comentarios:
Publicar un comentario