Canova. La Magdalena penitente. 1808. |
El día que murió el hijo de doña Lula, nuestra vecina de toda la vida, lo que ocurrió de un modo tan terrible y a la vez tan apacible, ha sido la única vez que, hasta ahora, he sentido que una vida se va de mis manos, pues lo tuve abrazado hasta que dejó de estar allí.
Fue luego de que él, estando inconsciente, se ahogo con su propia sangre y sentí que dio un pequeño salto, como intentando estirarse. Después supimos que había terminado.
Desde entonces, siempre me han impresionado los relatos de aquellos que conviven muy frecuentemente con los moribundos, o que atienden a los muertos o a sus sobrevivientes. Creo que se requiere un carácter un poco refractario para no ser permeable al dolor ajeno.
Esta situación que viví me evidenció la fatalidad de la muerte, que es causa de reacciones previsibles en casi todas las personas, o sea, de esos efectos que han sido muy estereotipadas en la literatura: Los más comunes son la depresión y la exaltación.
Podemos ubicar a la humildad en medio de estas dos reacciones, como una aceptación de lo inevitable, pero asumiendo el vivir con los retos y las ambiciones que nos propongamos y sin adelantar o atrasar los destinos de los otros, aunque si contribuyendo a mejorarlos en lo posible; en parte, porque pensamos que debemos realizar un cometido mientras estemos vivos, o bien, para sentirnos bien.
En la Real Academia Española (RAE) se define la humildad por dos oposiciones: Como la "virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y en obrar de acuerdo con este conocimiento", y en otra acepción se le tiene como "bajeza de nacimiento o de otra cualquier especie".
En ocasiones, se asocia la humildad con la sumisión, la modestia, la dejadez, la discreción y el rendimiento. Sin embargo, personas que son ejemplos de humildad, como san Francisco de Asís, la madre Teresa de Calculta y Mahatma Gandhi han mostrado sumisión a los designios de su Dios, han sido modestos y discretos, pero nunca han sido dejados ni se han rendido.
Sólo en una ocasión he conocido a autonombrados "humildes" que precisamente son dejados y rendidos. Se trata de grupos de población en algunas localidades de Yucatán, donde personas que así se autodesignan sólo esperan la ayuda de los otros, como si vivieran en un estado de moribundez permanente. Cuando alguien se les acerca para ofrecerles ayuda, sólo aceptan cosas de consumo inmediato o dinero para comprar, pues no quieren soluciones para que sean productivos ya que dicen que son humildes.
Quizá como dice la RAE, la humildad es un saber de que vivimos en un tiempo limitado, con un conocimiento finito, con no muchas opciones para hacer cosas o para cambiar la situación que encontramos en el mundo, y con debilidades que pueden llevarnos a desperdiciar nuestras vidas o acabar con nuestra existencia en cualquier momento. Sin embargo, ese conocimiento no necesariamente llevaría a la dejadez y a rendirse, sino que para que esto ocurre deben operar de manera causal otros mecanismos sociales o culturales.
Tal vez si asumiéramos la duda socrática y tratáramos de saber quienes somos nos descubriríamos más humildes y aceptaríamos la muerte como algo de lo que también podemos aprender, por el conocimiento que nos brinda sabernos finitos, terminales, falibles y con un potencial para hacer el bien, la belleza y la justicia en esta vida.
¡La humildad nos puede educar para la muerte!